miércoles, 24 de octubre de 2018

MI LUCIÉRNAGA


De la red

Estaba escribiendo una nota importante un día y no dejaba de romper los folios porque las palabras que necesitaba plasmar no surgían. Parecía que las letras saltaban de un lugar a otro y cambiaban el significado del mensaje. Remarqué una y otra vez el destinatario, me tomé unas cuantas infusiones y hasta me puse las gafas de cuando iba al parvulario no siendo que mi ojos estuvieran sufriendo una regresión a la infancia y acabara por olvidar hasta el color de las naranjas.

Se oyó entonces un golpecito suave en la puerta de entrada. Cuando la abrí observé frente a mí a una luciérnaga bastante apagada. Cargaba en su minúscula espalda una especie de paquete que abultaba más que ella, mi instinto me llevó a ofrecerle mi mano, ella se posó y fue ahí cuando decidí hacerle una cama bien mullida con algunos calcetines viejos y un poquito de algodón.

Pasó unos días estable y unas noches complicadas, a ratos nos mirábamos a los ojos y entonces la intensidad de su luz subía, pero a la vez se iba apagando la artificial que me rodeaba. No sé si eran celos o equilibrio natural, pero estaba claro que esas dos luces no podían convivir sin acabar mal.

Decidí no volver a encender las bombillas, perdí el hábito tan cansino de tocar los pulsadores, pero por otro lado me tropezaba cada noche con los muebles, consecuentemente mis dedos de los pies terminaron con forma de emes y hasta de eses. 

Me di cuenta de que para ver no necesitamos mucha luz una noche cuando mi luciérnaga, ya recuperada, me acompañó a escribir la nota que tenía pendiente. Antes de enviarla volví a leerla, resulta que sólo tenía dos palabras, - suficientes, dijo ella, - necesarias, dije yo. Creo que el exceso de luz me cegaba y gracias a "luci" recuperé la visión.