lunes, 17 de julio de 2017

HUESOS

De la red

Quiero desnudarte. Te he visto tantas veces sin ropa que ya va siendo hora de que cubras un poco tu cuerpo. Pudiera parecer una incongruencia unida a reproche, pero solo es un lamento matutino que pretende alcanzar un determinado objetivo.

Y es que desabotonarte la camisa nunca fue especialmente difícil, pero yo no buscaba eso. Yo desnudo con calma, quitando capas y capas hasta tocar primero músculo y después hueso.

Tardé muchos meses en desprenderte de tu armadura cargada de celos. Te pesaba tanto que cuando me mirabas no veías lo inservible que iba a ser ella conmigo. No soy tuya, no soy suya, no somos propiedades privadas ni pretendo tener tus ojos clavados siempre en la parte baja de mi espalda o en mi ombligo.

Creo que gané a pulso deshacerme de aquella gran masa de desconfianza. Por las noches cuando dormías cogía mi cincel y el martillo y poco a poco conseguí quitarle los nudos y darle forma de piel bronceada, con sus pecas y sus arrugas estudiadas. Resulta curioso comprobar que desde entonces vivimos nuestros días de forma relajada, tú no desconfías y yo duermo del tirón casi hasta mediodía.

Ahora estoy atareada con tu capa de miedo, he intentado casi todo para ahuyentarla, desde asustarla con arañas peludas a ponerme una sábana blanca...pero esos animales no te dan pánico y a los fantasmas, lamentablemente, estás acostumbrado.

Reitero, yo seguiré desnudándote hasta llegar a tus huesos, quiero comprobar si los dos tenemos la misma fuerza de voluntad, idénticas tibias y semejantes heridas y fragmentos.


miércoles, 5 de julio de 2017

SABIAS TEMPESTADES

De la red


Estaba sentada mirando al infinito e intentando ordenarlo de arriba abajo cuando la tormenta se acercó. Por suerte tenía un paraguas a mano de mi color favorito y como me tapó lo imprescindible sin quejarse por el mal tiempo, yo lo sujeté con orgullo y tesón.

De repente el infinito dejó de existir y ante mí se mostró el "aquí y ahora", el "momento", el "soy yo". A una distancia de tres metros en línea recta se acababa el espacio, pero si intentabas llegar hasta el fondo, un precipicio muy hondo te lo impedía de inmediato.

Tan cerca y tan lejos, tan tú y tan yo.

Empezaron a sonar truenos y a verse relámpagos por todas partes, las aves huían volando como podían, los roedores se metieron en diferentes agujeros, los insectos dejaron de picarme y, acobardados, se escondieron.

Aguanté el chaparrón y después admiré el paisaje que ante mí se mostró: cientos y cientos de gotas formando nubes negras que se golpeaban unas a otras intentando hacerse un hueco entre la poblada selva.

Y entonces lo vi claro: en la espesura de lo denso no es posible crear nada estable. Los relámpagos te despiertan de los sueños y con los truenos dormir de nuevo no es viable. El aleteo de los pájaros te llena de plumas la cabeza y poseer un paraguas rojo implica tener que encontrar uno azul para completar el equilibrio que haga que la tempestad desaparezca.