lunes, 25 de julio de 2016

HUMEDAD


Existe el riesgo de perderte en el camino. Cuando uno empieza a andar tienes la sensación de que ves el final, pero está lejos, muy lejos y así a simple vista, no se perciben curvas peligrosas ni pedruscos insalvables en medio de la senda.

Pero una cosa es la perspectiva y otra la realidad. En la realidad hay agujeros muy profundos, caminos paralelos que crean confusión, fieras acechando tras los árboles, frío, aguaceros, soledad, dolor...

Cuando la lluvia arrecia podemos correr, si elegimos esta opción además de llegar a casa cansados corremos el riesgo de pillar un profundo resfriado que nos obligará a pasar en cama unos preciados días.

Si optamos por abrir nuestro paraguas, la cabeza permanecerá seca pero quedaremos aislados del exterior y el ruido de las gotas nos producirá, casi fijo, un terrible y molesto jaquecón.

Por el contrario, si nos paramos, levantamos la barbilla, cerramos los ojos y respiramos con calma, el agua llegará contenta, nos empapará suavemente y se fundirá bajo nuestra piel para nutrir todas esas células que están enfermas, todas las dolencias del corazón, todos los problemas que nos rodean, las penas, la niebla, en definitiva, nos devolverá fulgor.


jueves, 7 de julio de 2016

COSQUILLEANDO

De la red

Siento cosquillas por dentro, ¿quién me descosquillará?, el descosquillador que me descosquille, como mínimo un ojo morado se llevará.

Alguien me regaló un día cientos de instantes inolvidables disfrazados en forma de abrazos, besos, mimos, caricias profundas y cosquillas superficiales.

Los abrazos me produjeron dependencia, ahí me ves a mí, buscando brazos que quieran arquearse alrededor de mi cuerpo, ejerciendo una presión precisa que no ahogue y que no deje caer el misterio.

Los besos son diferentes, aquellos eran libres, me buscaban de improviso, de la misma forma que los dedos tocan a las teclas del piano cuando el músico se concentra en hacerlo bonito.

De repente veo mimos por todos los rincones: gestos, signos, movimientos, que quieren decirme algo... ¡y yo no los entiendo! Los mimos que yo conocía eran diferentes, eran la mano cogida, era retirar el pelo, era pasear desnuda y sentir tu deseo. 

Las caricias se volvieron superficiales y las cosquillas profundas. Las primeras las llevo tatuadas en la piel y echo mano de ellas si es que las necesito. Las últimas, sin embargo, se colaron dentro y ahí las tengo, provocándome cólicos de risa de vez en cuando, gustito a la hora de dormir y dulces espasmos cuando me baño.

Reitero, el descosquillador que me descosquille, un ojo morado se llevará.