viernes, 22 de noviembre de 2019

LA SILLA MASCULINA


Soy una silla masculina sentada en medio de un huerto italiano. Cuando me presento así a los turistas, los rábanos y las escarolas me miran extrañados.

Llegué aquí hace ya unos cuantos otoños, debieron inducirme el sueño con algún tipo de narcótico porque de un momento a otro pasé de pisar madera pulida a posar mis cuatro patas sobre piedras removidas.

Las noches son terroríficas, no dejo de tener pesadillas con las personas que me tocan la rabadilla a lo largo del día. Echo de menos un buen culo, una espalda recta o torcida, un cuerpo que resguarde esta estructura mía tan desprotegida.

Además me estoy quedando en los hierros de tanto comer verdura sin sal o condimentos. Son vegetales salvajes que a veces intentan pedir ayuda a base de gritos, jaleos y hasta disputas. Cuando llegan a mi cuerpo están agriados, nerviosos y la digestión se hace imposible. Por eso suplico clemencia: ¡plantad árboles frutales y que las frutas dulces caigan en mi regazo! Ya me encargaré yo de darles un buen sillabrazo.

Por cierto, hace días que siento una presencia femenina a mi derecha. Así, de lejos, se parece a una tía abuela mía que vivía con mis primos en una casa de las afueras. Pero quiero ilusionarme un poco y pensar que tal vez es una joven silla que ha venido a conocerme porque me vio en alguna foto. Puede que sea famoso y puede que sea mi sitio. Quizás de otra forma nunca me hubieran dedicado un escrito.