domingo, 24 de abril de 2016

TEJIENDO

De la red

Llevo meses tejiendo en soledad un montón de retales que voy encontrando cada día según hago mi camino matutino.

Sin querer quedó con forma de corazón, creo que el inconsciente me jugó una mala pasada y mandó órdenes precisas y exactas sin que yo supiera su finalidad.

Lo acabé y lo cargué en mis hombros como si de una mochila enorme se tratara. Lo curioso es que debe tener GPS incluido, porque él mismo me iba guiando, me llevó hasta personas que necesitaban recambios.

La primera mujer que me encontré estaba sentada en un banco, no se sorprendió al verme, susurró que me estaba esperando. Su corazón llevaba años dándole punzadas, calambres y espasmos, me contó entre líneas que un gran amor así la había dejado, que él se llevó un trocito de aurícula izquierda sin su permiso y nunca más volvió a funcionar a buen ritmo.
Descosí el retal adecuado y se lo dejé con aguja e hilo, planchadito y bien doblado. Seguí mi camino.

Empezaron a venir nubes desde el oeste y comenzaron a gritarme, yo no entendía su dialecto pero prestando atención empecé a comprender que querían su parte proporcional de corazón partido.
Entre vientos huracanados me contaron que están hartas de no tener formas definidas, que la gente cree ver caras, animales o hadas madrinas, pero que son casualidades, siluetas que duran unos segundos y pasan a ser borrones sin sentido. Querían ser corazones, latir con fuerza y ser retratadas en los cuadros de los mejores pintores. Llegué a un acuerdo con ellas.

Al retomar el camino pensé que sería una buena idea verter lo que me quedaba por los ríos, así todos los seres, inertes y vivos, tendrían su trocito de corazón sin tener que pedirlo.

Y ahora cada vez que bebo agua noto en el lado izquierdo de mi pecho cómo se produce un pequeño salto y unos cuantos brincos. Se ve que yo también lo necesitaba, percibo que todos estamos lesionados o incompletos, es cuestión primaria buscar la cura o el trozo, el retal o el medicamento.

jueves, 14 de abril de 2016

DOS Y MEDIA

De la red

Alguien que me conoce muy bien ha dejado caer que soy afortunada porque mientras que a la mayoría de los mortales se le asigna solo una vida, yo ya voy gastando la segunda y media...

...y no soy gato!

Me identifico más como pez. Pez pequeño, independiente, sin ataduras mentales, con numerosas escamas que me protegen de los dientes afilados del enemigo, con visión periscópica que me hace prever lo que va a suceder, con una habilidad sorprendente para correr y desaparecer cuando las olas van picadas, con la fortuna de poner huevos y olvidarme de ellos hasta volverlos a poner.

En mi primera vida aprendí a nadar mirando siempre al frente, formaba parte de un banco de peces dorados. Íbamos todos juntos a todos los lados, yo en el medio, terminé sintiéndome en una lata, peor que mis amigas las sardinas, pues yo no iba a ser comida.

Comencé la segunda nadando a braza a contracorriente, creo que alcancé aguas revueltas, el color no era el mismo, azul marino mucho más oscuro de lo normal y allí no se podía ver bien. Aprendí a reconocer las siluetas según se acercaban, el riesgo más grande era encontrarte a un pulpo gigante actuando como comediante. Te fiabas, te reías y cuando menos te lo esperabas, soltaba su chorro negro de tinta y te devoraba en ensalada, como si fueras un simple tomate.

Y la media que queda, esta que ya llevo gastada, está resultando ser de lo más tranquila y gratificante. Una mañana me pescaron en un descuido, con el susto yo me desmayé. Al abrir los ojos me encontré entre cristales, no había olas, no había peces, no podía huir, pero de repente vi un gato desvirtuado que me miraba con unos ojos de deseo como nunca antes nadie lo hizo por mí. 

Entonces, solo entonces me di cuenta de que por primera vez era feliz. Se acabaron los peligros, se acabaron las corrientes, le atraía a otro ser vivo aunque, seguramente, nunca llegaremos a sentirnos. Pero gracias a mi memoria de pez, albergo cada mañana la esperanza de un encuentro fortuito que se desvanece cada noche cuando me pongo el antifaz para dejar de ver. 

Dos vidas y media, y solo soy un pez.

viernes, 1 de abril de 2016

SÍNDROME DE PURPURINA

De la red

Llevaba un tiempo sintiéndose mareada, a ratos el mundo que ella veía daba vueltas, lo que antes estaba arriba ahora estaba abajo y como curiosidad destacar que últimamente, cuando descansaba, lo hacía en posición de ovillo, y descubrió que estaba de un calentito...

Comía poco, bebía agua, tenía sueños repetitivos en los que volaba. De repente le crecían unas alas inmensas con colores chillones que le costaba dominar al principio. Pero a eso de las cuatro de la madrugada ya planeaba, no proyectos futuros, sino que sentía cómo el aire la sujetaba con sumo cuidado, besaba su boca y limpiaba su alma.

Su malestar aumentó, fue consciente de quién lo producía una mañana al cruzarse con él cuando salía de la cafetería. Su corazón empezó a propinarle martillazos a su pecho, se ahogaba por momentos y un pinchazo muy certero aparecía en medio del pendiente de su ombligo, obligándola a curvarse hacía el suelo, sin poder levantar la vista para grabar en su mente el color de sus ojos prohibidos.

Decidió ir al doctor, la examinó con paciencia y le preguntó el motivo de su ligera levitación.

¡Ella ni siquiera lo había notado! ¡Era cierto, no pisaba el suelo, ahora entendía las miradas curiosas cuando bajaba las escaleras velozmente sin dar ningún respingo!

"Todo empeora cuando me cruzo con él", fue decir estas palabras y el Dr lo tuvo claro, le mandó hacer una radiografía y aguardar un ratito en una sala de espera que tenía las paredes en colores claros.

Diagnóstico: Síndrome de purpurina.

Entonces las vió, cientos de mariposas volaban dentro de ella. Por eso levitaba, por eso se mareaba, por eso tenía sueños en los que planeaba, por eso no podía mirarlo a los ojos aunque su deseo era grande, resulta que sin haberlo buscado estaba enfermizamente enamorada.