domingo, 30 de diciembre de 2018

IDA Y VUELTAS

De la red

Hice las maletas como el que se prepara para volver a nacer. Tuve que meter ropa usada, libros leídos, brillo de labios un poco apagado, todo lo necesario para comenzar de cero, pero sin olvidarme de ti.

Y es que eres especial: un puntito rojo en el cielo azul, una chispa ardiente más bien helada, una carcajada en medio del lloro infantil, una especie de querer-te-quiero sin podérnoslo decir.

Durante mi larga estancia fuera aprendí a vivir, cubrí mi cuerpo de tatuajes durante los veranos y los inviernos los pasé estudiando otras formas de sentir, desde los que pinchan el alma al recordarlos, a los que te cambian la manera de discernir.

La maleta cambió de color, el tamaño disminuyó, cada vez que viajaba traía paquetes con minutos cargados de tiempo y me deshacía de traumas polvorientamente viejos. El tiempo lo empleé en mí y por tanto envejecí por dentro, pero por fuera me mantuve joven, lo que despista a cualquiera que quiere ponerme un nombre.

Los libros leídos los volví a releer, saqué conclusiones nuevas y después los regalé. Creo que se sienten licenciosos desde que los dejé andar, al fin y al cabo las historias están hechas para hacernos soñar con la ansiada libertad.

Ahora mi brillo labial no deja de centellear, emite llamativos mensajes en morse que deberán ser traducidos por todos aquellos atrevidos que dediquen sus días a descifrar a lo que mi maleta repleta de sitio se ha comenzado a dedicar.


martes, 27 de noviembre de 2018

VENENOSA





De la red



Sshhhh, soy una seta venenosa que atrae a sus presas haciéndose la víctima. Tengo muchas pecas que parecen lesiones, raíces poco profundas y una delgadez preocupantemente extrema que me obliga, en ocasiones, a tener que desafiar a los mirones.

Elijo objetivos complejos: a esos que se consideran eruditos micólogos sin serlo, a los que investigan el fascinante mundo de los hongos, a los cocineros que nos cocinan y a los gnomos que se quieren venir a vivir dentro.

Mi táctica es sencilla, cubro mi sombrero con polvo del camino, subo el anillo unos centímetros con mis manos, adopto la postura altiva de la amanita purpúrea y me estiro como nunca cuando oigo pasos cercanos.

Y cuando me metes en la boca aparezco, mi apellido es muscaria y provoco muchos efectos adversos. Tú te sientes mal sí, pero yo disfruto al rozar tu paladar, al soltar un poquito de veneno, al paralizar durante unas horas la necesidad de buscar fuera lo que ya está dentro.

Sshhh, creo que se me pasó por alto un detalle importante, llegados a este punto yo muero, al fin y al cabo sólo soy un ente parasitario que se desarrolla en ambientes putrefactos. Y ahora que estoy aquí lo he descubierto, resulta que tu hábitat es todo lo contrario a estar muerto.

miércoles, 24 de octubre de 2018

MI LUCIÉRNAGA


De la red

Estaba escribiendo una nota importante un día y no dejaba de romper los folios porque las palabras que necesitaba plasmar no surgían. Parecía que las letras saltaban de un lugar a otro y cambiaban el significado del mensaje. Remarqué una y otra vez el destinatario, me tomé unas cuantas infusiones y hasta me puse las gafas de cuando iba al parvulario no siendo que mi ojos estuvieran sufriendo una regresión a la infancia y acabara por olvidar hasta el color de las naranjas.

Se oyó entonces un golpecito suave en la puerta de entrada. Cuando la abrí observé frente a mí a una luciérnaga bastante apagada. Cargaba en su minúscula espalda una especie de paquete que abultaba más que ella, mi instinto me llevó a ofrecerle mi mano, ella se posó y fue ahí cuando decidí hacerle una cama bien mullida con algunos calcetines viejos y un poquito de algodón.

Pasó unos días estable y unas noches complicadas, a ratos nos mirábamos a los ojos y entonces la intensidad de su luz subía, pero a la vez se iba apagando la artificial que me rodeaba. No sé si eran celos o equilibrio natural, pero estaba claro que esas dos luces no podían convivir sin acabar mal.

Decidí no volver a encender las bombillas, perdí el hábito tan cansino de tocar los pulsadores, pero por otro lado me tropezaba cada noche con los muebles, consecuentemente mis dedos de los pies terminaron con forma de emes y hasta de eses. 

Me di cuenta de que para ver no necesitamos mucha luz una noche cuando mi luciérnaga, ya recuperada, me acompañó a escribir la nota que tenía pendiente. Antes de enviarla volví a leerla, resulta que sólo tenía dos palabras, - suficientes, dijo ella, - necesarias, dije yo. Creo que el exceso de luz me cegaba y gracias a "luci" recuperé la visión.


sábado, 29 de septiembre de 2018

SUCEDÁNEO

De la red
Después de viajar durante una temporada larga subida a una nube esponjosa y acolchada, una tormenta otoñal me hizo bajar de golpe como si formara parte del conjunto de gotas aleccionadas para regar las calles, los campos o los fuegos que se formaban en los suburbios más profundos del infierno.

La caída fue dura, yo que me creía fuerte comprobé la fragilidad de los huesos. Ellas se apoyaban en sus moléculas de hidrógeno, rebotaban y daban saltitos mientras que un sucedáneo de mí misma intentaba gritar sin ser oída, porque las gotas de agua son sordas además de ser exageradamente presumidas.

Y así fue como pasé del cielo al suelo, unos cuantos segundos y tu vida se reduce a un montón de escombros. Pasas a vivir en la sombra detrás de la gota reina, la que dirige tus pasos, la que te alecciona, la que te instruye, la que te hace una permanente en el pelo y a la vez te lava con lejía el cerebro.

Perdí mi forma, mis colores, mi idioma. Me convertí en una copia de todas las copias de aquella milagrosa primera gota, la que cayó sobre la Tierra para probar su textura y dio pasó después a aguaceros, riadas, ciclones y huracanes. La que formó los ríos, los lagos, los cabos, los golfos y los meandros. Fui parte de ese fenómeno cíclico en el que de repente estás arriba, abajo, cayendo o ascendiendo. 

Soy, en definitiva, un sucedáneo de mi yo más imperfecto.


martes, 18 de septiembre de 2018

CEGUERA TRANSITORIA

De la red
Creo que la contaminación atmosférica que me rodea me provocó una ceguera transitoria. Dejé de ver las cosas con sus arrugas o sus formas y empecé a percibirlas bajo una niebla espesa que tapaba la esencia virginal de la mirada inocente que hasta entonces me acompañaba a donde quiera que miraba u oteaba.

Tuve que apropiarme entonces de una serie de aparatos que hasta entonces me eran desconocidos. Hablo de lupas, anteojos, gafas de pasta, para las cosas pequeñitas microscopios científicos y en las más grandes y complejas, enormes y caros telescopios acertadamente llamados astronómicos.

Esta situación tan engorrosa hizo que me acomplejara a cada paso que daba, en vez de pasar desapercibida las miradas ajenas me apuntaban, o eso intuía, porque iba yo muy centrada mirando donde pisaba o en qué agujero me caía.

Tan cegada, tan caída y tan acomplejada llegué hasta la puerta de un oculista especializado en casos extraños. Había rehabilitado a ciegos que no sabían que veían e incluso le dio visión a cada topo con el que se cruzaba cuando su trabajo se lo permitía.

Fue darme la mano y recuperé un porcentaje medio de visión periférica. Me desprendió con mucho cuidado de los aparatos y pude alzar por fin la cabeza. Me acompañó hasta una colina y me obligó a respirar a pleno pulmón. Fue milagroso, recobré de golpe la vista y además la adornó con confeti y brillantina a todo color.



jueves, 6 de septiembre de 2018

POLVO CÓSMICO

De la red
A unos cuantos angelitos curiosos les dio por revolver el polvo cósmico. Y yo, que últimamente no duermo por las noches a pierna suelta y me paso las horas mirando al cielo, creí ver una lluvia de estrellas furtivas.

Empecé entonces a pedir deseos con nocturnidad y alevosía un poco así a lo loco y curiosamente, según los pedía, se cumplían. Pero de inmediato llegaba el sueño y estuviera donde fuera que estaba dentro de mis deseos, caía rendida y me dormía. 

Todos los pequeños instantes de los que disfrutaba durante la noche por el día se evaporaban. Creo que se produjo el efecto contrario y empecé a notar que cada vez tenía menos deseos matutinos, menos necesidades innecesarias, más momentos simples que me nutrían y me alimentaban.

Fue así como los angelitos se fijaron en mí y después de estudiarme a fondo pasé a ser una candidata perfecta para la próxima temporada de la recolección anual de polvo interestelar, ese que se encuentra entre las estrellas, ese que es tan delicado que si estornudas lo desaceleras. 

Y de momento estoy haciendo las prácticas: texturas, colores, temperaturas, materiales inflamables, riesgos laborales... todo aquello que me sirva para entender mi trabajo y que me ayude a desear deseos concedidos por angelitos alados.

lunes, 27 de agosto de 2018

DE PESTAÑAS CONGELADAS


De la red


Nunca imaginé que el estado de congelación se contagiara. Solo soy una pestaña larga que nació en el ojo izquierdo de una humilde dama. Gracias a que siempre los tenía bien abiertos adquirí una estilosa curvatura que me ayudaba a tener las mejores vistas durante las mañanas. Pero al llegar las noches censuraba el contacto y empecé a desarrollar escarcha en la puntita, dejé de sentir el viento y una rigidez extrema me paralizó hasta la raíz, esa zona tan íntima.

De repente a mis compañeras les fue sucediendo lo mismo, una reacción en cadena que nos convirtió a todas en una copia exacta de las miles de pestañas congeladas que vagaban por el mundo entero.

Con la poca flexibilidad que me quedaba hice un esfuerzo inmenso para intentar encontrar los porqués, que yo supiera no vivíamos ni en el Polo Norte ni en el Polo Sur, de hecho el sol brillaba cuando salíamos a hacer aquellos tours.

Una mañana temprano la dama se preparó un café, llamaron al timbre y al cruzar la puerta apareció él. Se fundieron en un gran abrazo y fue curioso lo que pasó: el hielo desapareció, durante unos leves segundos fue el fuego el que nos recorrió.

Y se cerraron los ojos y se llenaron de sueños. Y se sintieron seguros y se curaron los miedos. Y por arte de magia se instauró el verano desbancando a patadas al duro invierno. 

Pero fue querer hablar de amor y los dos se congelaron. Yo, como pestaña de dama que soy, comprobé en mis propias carnes cómo fue subiendo el frío, cómo nos paralizó y cómo se apagó el fuego y el torbellino.

Dos personas que son capaces de quemarse y de helarse en cuestión de minutos son los mismos que desean una y otra vez pasar por esos estados tan dispares porque son adictivos y únicos. Mientras tanto nosotras jugamos a la nada, al fin y al cabo no somos más que un puñado de pestañas congeladas. 

jueves, 16 de agosto de 2018

AFICIONES

De la red
Me empeñé en bailar descalza y empezaron a dolerme los pies, quise entonces cantar en silencio y emití unos alaridos tan descontrolados que asustaron a mis amigos y provocaron un pequeño seísmo en mi comunidad de vecinos.

Intenté entonces actuar, pero resultó que un alto porcentaje de los personajes a los que interpretaba se quedaban a vivir en mí y tenía días en los que no sabía si llorar desconsoladamente por haber presenciado el final de Romeo y Julieta o reír a carcajadas por haber representado a una Sor en Sister Act III... entonces la gente me miraba y nunca estaba segura de si querían sacarme una fotografía o prestarme consejos para que me dedicara a artes menos corrosivas.

Alquilé después un local y me puse a pintar, acumulé tantos cuadros sin título que un lunes temprano llevaron a cabo un motín y salieron uno tras otro del estudio en busca de nombre y apellidos. Unos eran grandes, otros pequeñitos. 

Decidí finalmente ponerme a escribir y escribí coreografías que bailaron muchas bailarinas. Escribí canciones románticas y alguna que otra con ritmo de bachata. Escribí también guiones en los que dejé parte de mi piel hecha jirones, después los actores los moldeaban a su gusto y yo desaparecía detrás de la pantalla o del escenario, y con ello regresaba el misterio.

Pero nunca fui capaz de redactar los simples títulos de mis pinturas, creo que tuve miedo de identificarlas con mis sentimientos y no quise correr el riesgo de enseñar más de la cuenta o de contar tan explícitamente lo que es el riesgo.


jueves, 2 de agosto de 2018

PLANETEANDO

De la red



Un día recibí un mensaje y enseguida supe que era distinto: palabras precisas, simple caligrafía, puntos y comas que pausaban mis latidos, ausencia de emoticonos que aportaba seriedad a lo pedido.

Y yo solo esperé a que hubiera una señal en el ambiente, a que mi boca articulara la respuesta, a que se alinearan los planetas que definieran mi destino y quizás hasta mi suerte.

Y esperando se me pasó media vida, con sus cumbres y sus valles, oliendo a mar o a serranía, remendando esos días sin nombre con títulos enmarcados en purpurina.

Hasta que una noche salí dispuesta a colocar el desorden que había en mi cabeza. Tuve dudas, barajé bastantes opciones pero finalmente y con cierta incertidumbre decidí cazar planetas, aunque fuera a trompicones.

Mercurio y Venus se rindieron a mis encantos, al ser tan pequeños y ofrecerles un refrescante helado dejaron de lado al sol y me siguieron como corderos acobardados.

Marte era tan rojo y Júpiter tan gaseoso que por un momento creí haber capturado a un bicho invertebrado con gentilicio "martejupiteriano".

A Saturno fue fácil engancharlo gracias a sus anillos. Urano fue más complicado, apenas tiene luz y se camufló perfectamente entre asteroides y meteoritos. Neptuno por su lado, habita tan lejano, que me costó día y medio identificarlo y localizarlo.

Y aquí me tenéis, pisando La Tierra, a la que tomo como referencia para colocar a mi antojo todos los demás planetas.

miércoles, 11 de julio de 2018

VERANO

De la red
Quiero ser verano toda mi vida. Brillar como el sol muchas horas al día y disfrutar de las noches cálidas desde ahí arriba. 

Ser gota de agua salada del mar más cercano, grano de arena de la playa mejor escondida, incluso quiero ser medusa con tentáculos paralizantes para así poder observar a mi antojo con libertad y pericia.

Deseo ser sandía llena de pepitas, melón con piel de sapo o paraguaya bien aplastadita, tenedor de madera, ensaladilla rusa, gazpacho andaluz o sopa castellana al revés, bien fría.

Sandalia de tiras, sandalia de cuña o sandalia elegante y fina. Laca de uñas de color coral, piedra pómez para eliminar células muertas, tirita de color carne o pezuña de oveja paseando por una florida huerta.

Ser cerveza fresca o tinto de verano, silla de terraza o servilleta en mano. Celebración de tu pueblo, verbena pachanguera, Paquito el chocolatero, fiesta de la espuma y si se me apura, hasta atracción de feria.

Y por último, quiero ser madrugada del mes de julio, canto de pardal joven o ladrido tempranero de perro viejo. Beso suave y abrazo eterno, susurro al oído diciendo "te quiero".



jueves, 28 de junio de 2018

CON BISTURÍ

De la red
Una vez más me prestaste tu bisturí para que me abriera en canal y mirara dentro. Sueles dejarlo al alcance de mi mano de vez en cuando, quieres que no olvide que la introspección duele, que puedes encontrarte con lugares apartados sin buena reputación o con murciélagos rabudos que alimentan a sus crías con la sangre que brota directamente del corazón.

Aquella tarde vi más de lo que quería ver, sentí menos de lo que quería sentir, agradecí a mis adentros por su capacidad de aguante y reprobé a los nervios para que no se repitan los tembleques en los momentos clave.

Como la hoja del bisturí cauterizó la visión periférica, dejé apartado lo mediocre y me centré en una zona donde había mucho movimiento, resulta que algunos órganos se habían reunido en asamblea y discutían en diferentes idiomas... culpa mía, lo sé, últimamente me comunico conmigo misma en lenguas extranjeras.

Pude oír vocecillas agudas queriendo dejar claro que debía tomarme un descanso, pero otras más graves insistían e insistían en seguir con ese ritmo frenético que casi me ha noqueado. 

Lejos de sorprenderme pillé la indirecta enseguida, dejé de mirar adentro y me propuse sentir afuera. Con mucho cuidado cosí la herida, dejé el bisturí a un lado y comencé, por fin, a tomar las riendas.              


lunes, 11 de junio de 2018

PESADILLOSAS PESADILLAS

De la red
Últimamente tengo pesadillas pesadillosas, de esas en las que entras en un bucle sin salida y dentro de la angustia te vuelves a angustiar. Consiguen que dé tantas vueltas en la cama que me levanto con el pelo formando una curvatura ondulada, las manos me tiemblan como a un niño tras hacer una trastada y mi corazón late tan rápido, que tengo que acariciarlo un poco para que me devuelva el aliento y se quede de nuevo en calma.

Creo que esos entes oscuros, feuchos y enredados son el cúmulo de todo lo que está por ahí enquistado. Voy a tener que hacer limpieza profunda, desinfectar los huecos y hablar seriamente con las larvas y las bacterias porque creo que será positivo poner ya de una vez las cartas sobre la mesa:

La primera será parecida a un as de bastos, la que ponga límites y fronteras que no serán sobrepasados sin una identificación exhaustiva y completa previa.

La segunda vendrá precedida por el rey de espadas, ese que con la puntita bien afilada señala y dirige a las visitas menos deseadas.

La tercera corresponderá al tres de oros, el que pone el sello de garantía para asegurar la calidad de los sueños y la ausencia de pesadillosas pesadillas.

Y la cuarta, el siete de copas. Por aquello de invitar al amigo cuando compartes mundo onírico, aquel sitio donde todo es festivo, donde el negro da paso al azul y la oscuridad al brillo.


miércoles, 30 de mayo de 2018

MI ANCLA

De la red

Recuerdo haber pasado varias horas haciendo cola sobre aquella cinta transportadora que nos llevaba a todos hacia el mismo lugar. Como si de un trabajo en serie se tratara, piezas de un mecanismo que hay que montar, estábamos quietos y callados, esperando nuestro turno sin quejarnos ni molestar.

Desde lejos pude ver, con cierta dificultad, que nos imprimían en la piel un código de barras que se diluía nada más llegar. Por lo que cuchicheaban a mi espalda llegué a la conclusión de que sería una forma de controlar nuestros pasos, para poder así juzgarnos al final de la vida y decidir sin complejos lo que merecemos, ser recordados o tristemente olvidados.

Al llegar mi turno, me miraron de arriba abajo, fruncieron el ceño y me asignaron un barco de papel con un ancla de corcho pintado a  propósito para parecer de hierro.

Si pretendían que lidiara mil batallas con esas armas tan infantiles creo que intuyeron astucia, porque lo que es en logística no invirtieron. Altiva y enfadada, me fui de allí con mi barco bajo el brazo y el ancla arrastrando por el suelo.

Y es curioso, porque con el tiempo lo he comprendido. Mi destino era viajar despacito, sin motores que contaminen ni ruidos que produzcan escalofríos. Así lo he utilizado, cruzando mares aprovechando las corrientes de aire y secando el barco al sol a la vez que reparo sus agujeritos.

El ancla, mi ancla, me enseñó la lección de no quedarme quieta durante mucho tiempo en ningún sitio. La quietud te corrompe, destroza tu aspecto y te mata por dentro, es por eso que la cuido, la limpio y le saco mucho brillo. Un secreto nuestro es que por las noches nos contamos cosas al oído: yo le hablo de mis miedos y fobias y ella me confiesa sueños prohibidos. Después me acuna entre sus ganchos y me consigue calmar, entonces yo le prometo que algún día será tan fuerte que no tendrá problemas, si así lo desea, para aferrarse al fondo del mar.


lunes, 30 de abril de 2018

CRECIENDO

De la red

Abrí aquel libro atraída por la curiosidad, porque no era solo un conjunto de hojas con letras, era la historia de una vida, quizá de dos, quizá de tres, quizá de más...

Pesaba mucho y tenía humedad, puede ser que estuviera lleno de lágrimas envasadas, de piedras tropezadas, de lastre putrefacto o de sueños sin realizar.

Al dejarlo sobre la mesa soltó un bufido y di un respingo. Fue inesperado, ruidoso, algo mal dirigido y con una intensidad tan exagerada que mi pelo ondeó cual bandera en lo alto de Sierra Nevada.

Aún así, comencé a leer las primeras páginas de inmediato: nacimientos, infancias, juegos, amoríos. Después desengaños, ladrones, brujas mal maquilladas, necios y duendes traviesos. La historia estaba unida a otras muchas historias gracias a las raíces tentaculares que poseía, porque según leía y pensaba, un árbol crecía.

Llegué a la conclusión de que yo misma estaba alimentando a ese árbol tan extraño, yo más todos los que me querían. Cada uno fue añadiendo más vegetación a la historia de mi libro: unos rosas, otros cardos. En poco tiempo me encontré en medio de un bosque lleno de peligros, pero como había leído tanto y había pensado mucho, fui capaz de construirme una cabaña en lo alto de mi árbol, ese al que vi crecer, ese al que seguramente yo también bufé.

viernes, 6 de abril de 2018

BUEN PROVECHO

De la red
Viajamos a la deriva la mayor parte del tiempo recibiendo golpes de mar que vienen acompañados de sal marina y de mejillones viejos. Nos mareamos y vomitamos cuando, empeñados, damos vueltas y más vueltas alrededor del mismo coral, de la misma piedra o de ese apetitoso mero.

Preparamos la maleta cuidadosamente creyendo que sabemos hacerlo. Pero cuando llegamos a nuestro destino nos falta agua, nos sobra sed y se nos olvidó meter aquella alarma que nos avisa cuando comienza el fuego...

...entonces llego a casa, me quito los zapatos y decido empezar a darle uso a todos y cada uno de los tropezones que me he encontrado por el camino. Por lo que después de avivar el fuego, cuezo en agua salada los mejillones y salo el rico mero. Los corales los aliño con aceite y vinagre de vino y así la ensalada de piedras parece un plato cinco estrellas, pero eso sí, sin Michelin de por medio.

A los golpes los relleno de carne y los meto en el horno a fuego lento, los cocino igual que las berenjenas de mi abuela, más que nada porque comparten el color morado y además tenía la receta en la encimera.

Y por último cojo a la sed y la mareo un poquito. De aquí me sale un postre digno de superar la deliberación del mejor crítico pastelero: "Remolino sin humedad con esencia de romero". 

P.D. El romero lo saqué de aquella gitanilla de Sevilla que me predijo un día un gran viaje y una próspera vida.


miércoles, 14 de marzo de 2018

PERDICIÓN

De la red

Esta es la historia de la perdición, el destino de una palabra aguda acabada en n y con tilde en la o.

Papá Imperdible conoció el amor durante una tarde ventosa, su trabajo le llevó a enganchar aquella tela que se escapaba como seda de su obligada ocupación. Después de acomodarse en su nueva postura miró hacia los lados y allí la vio: resultó ser la imperdible por la que más tarde él perdería la razón.

Sus perfiles estaban rectos, su acabado brillante y cegador, su enganche hacía un ruidito tan diferente que provocaba miradas y cuchicheos cada vez que se unían sus extremos.

Su nombre, Adición. Era conocida en el costurero por atraer alfileres hasta su casa para sumarlas y volver a sumarlas y así calmar su ansia por añadir alimento a su vida interior.

Después de unos meses intensos, Imperdible y Adición tuvieron a Perdición, un imperdible tierno y extremadamente pequeño, que les trajo de cabeza desde el día que nació.
Cuando buscaron su nombre llegaron a un acuerdo tácito: pones cinco letras tuyas y otras cuatro las pongo yo. Creo que no se dieron cuenta de que así llegaba a sus vidas una palabra que acabaría con todo lo que tenían.

Y así sucedió, condenaron eternamente sus vidas a enganchar un par de cortinas de donde no volvieron a bajar. Mientras tanto Perdición jugaba al escondite con las agujas y las bobinas del costurero sin sentir ningún tipo de presión: sabía que nunca se perdería gracias a su padre y en la vida sólo sumaría porque su madre había sido, simplemente, la mejor.

lunes, 26 de febrero de 2018

GANAS

De la red


Fuimos ganas, de esas que no pueden esperar a llegar a casa para abrir el paquete de chocolate, de las que estiran las horas haciéndolas interminables, de aquellas que consiguen cambiar el agobio de un día por la tranquilidad absoluta e infinita.

Porque viajamos juntos serpenteando por aquella inhóspita travesía, si no remábamos unidos los remolinos nos abducían. Miramos a la vez las puestas de sol tardías y descubrimos que nuestras ansias intensificaban el color de las despedidas.


Somos ganas, de estas que te obligan a dormirte en el sofá pasadas las once, de las que te llevan hasta un lugar preciso sólo porque allí venden esos croissants tan exquisitos, de las ganas tan exacerbantes que se tienen dos personas cuando se miran y se gustan sin cometer por ello ningún crimen o delito.

Porque seguimos el viaje aunque yo voy delante y tú te paraste, creo que te distrajo la niebla densa que se formó en el camino, me esfuerzo y de vez en cuando te envío mensajes en código morse para que no te olvides de las ganas que somos, de las que fuimos y de las que nos quedan por ser. Te reto a un juego o ¿a un juego ya te reté...?


miércoles, 14 de febrero de 2018

SERENDIPIA

De la red
Me encontré con la suerte de golpe un día, pero esa mañana diluviaba y tuve que ponerla a secar en la cuerda cerca de la ventana durante la comida.

Resultó que la suerte tenía nombre y apellidos, prefirió guardar el anonimato conmigo porque no se fiaba de alguien que caminaba mirándose los pies, o más bien, los tobillos.

"Me cuesta mirar hacia el cielo porque por ahí arriba vuelan pájaros, hacen nidos y grajean los cuervos", dije yo.

Eso no es excusa, por el suelo reptan los gusanos, saltan las pulgas sin dueño y a primera hora de la mañana la humedad lo cubre todo con una capa fina de falsos sueños.

"Pero gracias a mi postura te encontré, estabas tan escondida que sólo mirando hasta el fondo pude distinguir tus escurridizas patitas. Estoy muy convencida de que has sido una serendipia en mi vida".

Y entonces brotó una lágrima de su afortunado ojo clínico, llevó sus dos brazos hacia la espalda y se apretó a sí misma como lo haría un auténtico ser vivo.

Es curioso, pero al tenerla tan cerca sentí que estaba sobrevalorada, la suerte es pequeña, delgada, frágil, se la hiere fácilmente y huye si se siente presa. Más o menos es el espejo de la persona que la mira, un reflejo, una indirecta, una palabra abajo y otra arriba.

Mi suerte y yo convivimos juntas en perfecta armonía, la cuido, me cuida, le doy abrazos y a cambio ella me obliga a levantar la barbilla cada día.


viernes, 19 de enero de 2018

PIROPOS

De la red
Quiero deciros a todos los que me leéis un bonito piropo antes de que me lleven presa y me dejen en el calabozo.

Piropo es el nombre de mi perro, me pregunto si le ofende, a pesar de que es bello por dentro, por fuera, cuando ladra, cuando corre y hasta cuando parece que me entiende.

Desde hace unos meses sufro síntomas asociados al síndrome de Stendhal. Todo lo que veo y lo que me rodea está pleno de belleza. Esa plenitud tan desmadrada me provoca mareos y visión borrosa, pero cuando me recupero del ataque veo mejor que antes, incluso más que cuando era una moza.

Y curiosamente me llama la atención lo simple y lo sencillo; líneas rectas, nada de nudos, colores lisos, no gotelé, personas contentas consigo mismas, satisfechas de sus vidas a pesar de las tristezas y gracias a las alegrías.

Todos sois bonitos y todas sois bonitas. Por leer, por escribir, por llorar y por reír, por trasnochar o madrugar, por hacerme sentir tan profundamente feliz que donde hay un árbol quemado consigo ver un Dalí.

...quizá la culpa de todo la tenga un simple piropo que salió de tu boca un día. Es posible que nunca lo sepas. Me gustó recibirlo y devolverlo es el único motivo por el que deseo que vuelvas.