jueves, 17 de junio de 2021

EFÍMERO


Te evaporaste como el humo, ese que te acompañó toda tu vida adulta y del que no pudiste desprenderte por mucho que corrieras en otra dirección.

Fuiste luz, alumbrabas a todo el que lo necesitaba, nos cogías de la mano y nos guiabas. Acompañabas el camino con dosis inagotables de alegría y optimismo, tenías demasiada prisa por vivir y solo ahora entiendo el porqué.

Tus ojos verdes no escondían el miedo, a veces me quedaba mirándolos embobada y lograba ver cómo temblaban. Creo que una de las cosas que más me enorgullece es haber sido capaz de regalarte momentos repletos de calma, esa que tanto añorabas.

Nos conocimos en un momento clave de nuestras vidas y en poco tiempo nos convertimos en imprescindibles. Una amistad quizá incompresible a ojos de los demás, a esos ojos nublados que no hacen el esfuerzo de ver más allá.  

Y es que fuimos más, mucho más de lo que la gente puede imaginar: conexión perfecta, equilibrio mecánico estático, compresión y respeto absoluto, la perfección elevada al cubo de lo que yo entiendo por amistad.

Echo de menos tu risa, echo de menos tu queja continua, echo de menos tocar tu coraza, echo de menos mantener la esperanza...


Según dicen por ahí, "la vida se mide en despedidas". Hoy mi mundo es menos bonito porque le faltan las palabras que adornen este adiós. Simplemente no encuentro las armas necesarias, ni las ganas, ni el valor.


Meteré en un baúl tu generosidad, tu belleza interior y el tiempo compartido. Lo abriré de vez en cuando y charlaré contigo. Compartiremos cielos pintados de colores extraños, algún que otro terremoto inesperado, inviernos fríos y veranos maravillosos sin redes ni filtros.

Es simple y lo es todo, fuiste, eres y serás siempre mi mejor amigo.


                             
  Vuela alto, Jorge.