viernes, 31 de enero de 2020

JONÁS

De la red

Me hice un nudo un día y al intentar respirar por la boca el aire tal como entraba, salía. Al no oxigenar bien los pulmones, oía gritos internos que pedían desesperados que pusiera todo en orden. 

Intenté des-nudarme sin quitarme la ropa, me froté con aceite, me afiné en exceso y al ejecutar un brinco hacia atrás, mejor dicho, un espectacular salto mortal, mi cuerpo se liberó del nudo al que llamé Jonás. 

Jonás resultó estar repleto de miedos: pequeños bichos blanquecinos con patas que cuando se sentían a gusto se multiplicaban. 

Lo aislé en cuarentena, eso sí, le daba de comer todos los días porque observar cómo lo hacían era impresionante, cada miligramo de pánico que les administraba los hacía crecer media tonelada.

Y llegó el momento en el que no tenía espacio en casa y tuve que abrir las puertas y las ventanas. El nudo que me oprimía antes por dentro ahora lo hacía desde fuera y sin miramientos.

Por suerte un vecino amable se dio cuenta de mi problema y me puso sobre la mesa una posible tregua. Dejé de alimentar a Jonás y los miedos se fueron muriendo, era tan simple y tan llano que no había sabido verlo. 

No obstante, lo guardo en una pequeña jaula a tamaño nudo de pelo largo, porque tener un poco de miedo a veces es bueno, e incluso necesario.