El tema estrella de casi todos los blogs son las vacaciones. El mío no.
Hace justito un año estaba debajo de esa palmera intentando contar las palmas y las hojas de cada palma, con esto quiero decir que estaba tumbada en una toalla, en bikini, con mi gran amiga B, un libro, el mp3 y el bronceador al lado.
No necesitaba más, tenía mucho tiempo libre por delante y comencé así una cura antiestrés que pensaba dosificar en varios meses.
Ahí estaba yo, respirando tranquilamente y pensando en lo injusto que era que a esa palmera la hubieran plantado precisamente allí, en un jardín comunitario, al lado de las piscinas y rodeada de césped. Dicho así no tiene mala pinta, pero eso es para nosotros, animales de ciudad.
Seguro que si ella pudiera elegir le gustaría vivir en una isla despoblada, rodeada de otras palmeras y de malas hierbas, filtrando el aire sin polución por sus hojas, dejando que los monos se suban a sus ramas, practicando la fotosíntesis por las noches sin tapujos ni pudor.
Seguía pensando que seguro le gustaría dar plátanos más que cocos, porque están más cotizados, tienen mejor sabor, un color más bonito y su forma es más... ¿sugerente?
Pero no, ella vivía allá en La Manga, con vistas a unos bonitos apartamentos pintados de blanco, muy poblados en verano y desiertos el resto del año. Si te fijabas bien, veías caer gotitas de savia por su tronco, lo que yo interpreté como lágrimas.
Me hubiera gustado ayudarla, pero pronto volví a casa y no la recordé hasta hoy, al ver la foto.
Hay que ver como vuela la imaginación cuando se está tumbado en una toalla, eso o que dejamos al lado todo lo que nos molesta y comenzamos a ver un poquito más allá.