viernes, 11 de noviembre de 2016

EL CAPITÁN AMÉRICO & LA PRINCIPITA



La Principita estaba sentada en su mesa favorita, era viernes y durante el último mes había adoptado la costumbre de salir a cenar sola cada fin de semana puesto que estaba a punto de despedirse de aquella pequeña ciudad que la había acogido con los brazos abiertos. Deseaba esa soledad elegida, aprovechaba esos momentos para observar a su alrededor, sonreía si notaba bondad y se afligía ante la maldad.

El Capitán Américo apareció ya pasadas las once de la noche. Echó un vistazo rápido al salón y, sin pensárselo, se dirigió hacia la silla vacía que estaba junto a La Principita. La miró directamente a los ojos y supo que sí, que ella aceptaría su acompañamiento, que ella lo comprendería, que ella era diferente. Lo supo sin tener que utilizar sus poderes, tan solo por cómo miraba y por cómo vestía.

El Capitán se deshizo de su escudo, el trayecto que este siguió sólo lo supo interpretar La Principita, como todo el mundo sabe ella mantenía su visión de cuando era niña, y vio muy claramente cómo proyectó en el aire una interrogación muy enroscada, de esas que guardan las preguntas que nunca han sido contestadas.

Le sirvieron el primer plato a él cuando ella ya iba por el postre. Aun así su rapidez a la hora de vivir y la lentitud de La Principita, hizo que se juntaran las mousse de chocolate blanco con guinda incluida.
Y resulta que a ella no le gustaban los frutos rojos, pero nunca había encontrado la forma de deshacerse de ellos en medio de tanto gentío. Él lo intuyó y le acercó su plato: todo lo que a ella le sobraba, él lo quería.

No pidieron café, se les echó el tiempo encima contándose detalles de sus interesantes vidas: los viajes de ella, las luchas de él, el por qué de la ropa holgada de La Principita y el por qué del ajuste de la del Capitán Américo, el motivo de su soledad en ambos casos, los planes de futuro, los hechos del ayer.

Él tan grande y corpulento, ella tan pequeña y efímera, coincidieron una noche entre el gentío y ese día tejieron un hilo rojo que, aún en la distancia, les unirá toda la vida. Sólo tienen que cuidarlo y seguir tejiendo un poquito cada día. 

Los opuestos se atraen, eso decían. Sin embargo no lo eran tanto, en el fondo se parecían; La Principita llevaba toda su vida buscando estrellas y El Capitán llevaba una tatuada en su escudo que lo cuidaba y lo protegía. El Capitán, sin embargo, buscaba salvar a gente de los monstruos de la vida. Desde que la vio por primera vez se dio cuenta de que a ella le perseguía uno constantemente, monstruo que desapareció desde el momento en que supo que él siempre la protegería.






11 comentarios:

Liliana dijo...

Ayyyyyyyyyyyyyyy! qué bonito María!

Besos y buen finde =)))

Sbm dijo...

Maravilloso :-)

Un beso

Noelplebeyo dijo...

la marvel te posee


preciosa historia. Yo soy más bien superlopez o el botones sacarino

Besos

ოᕱᏒᎥꂅ dijo...

que cosa tan maravillosa.... una dulce lectura....
besos otoñales

Recomenzar dijo...

me gusta cuando escribes y estas como ausente

María dijo...

Jeje, gracias!! Los ojos que lo leen!

Besos

María dijo...

Tu paso por aquí más.

Un beso.

María dijo...

La Marvel más bien me acompaña ;)

Tú puedes ser quien te propongas...

Besos

María dijo...

Ficción extraña, mezclas que parecen imposibles, pero la realidad es otra...

Besos

María dijo...

Guauuu, cierto que cuando escribo no estoy aquí...

Besos

Liliana dijo...

Cuando puedas, búscate en mi entrada de hoy domingo, es un juego.

Besos =)))