miércoles, 30 de mayo de 2018

MI ANCLA

De la red

Recuerdo haber pasado varias horas haciendo cola sobre aquella cinta transportadora que nos llevaba a todos hacia el mismo lugar. Como si de un trabajo en serie se tratara, piezas de un mecanismo que hay que montar, estábamos quietos y callados, esperando nuestro turno sin quejarnos ni molestar.

Desde lejos pude ver, con cierta dificultad, que nos imprimían en la piel un código de barras que se diluía nada más llegar. Por lo que cuchicheaban a mi espalda llegué a la conclusión de que sería una forma de controlar nuestros pasos, para poder así juzgarnos al final de la vida y decidir sin complejos lo que merecemos, ser recordados o tristemente olvidados.

Al llegar mi turno, me miraron de arriba abajo, fruncieron el ceño y me asignaron un barco de papel con un ancla de corcho pintado a  propósito para parecer de hierro.

Si pretendían que lidiara mil batallas con esas armas tan infantiles creo que intuyeron astucia, porque lo que es en logística no invirtieron. Altiva y enfadada, me fui de allí con mi barco bajo el brazo y el ancla arrastrando por el suelo.

Y es curioso, porque con el tiempo lo he comprendido. Mi destino era viajar despacito, sin motores que contaminen ni ruidos que produzcan escalofríos. Así lo he utilizado, cruzando mares aprovechando las corrientes de aire y secando el barco al sol a la vez que reparo sus agujeritos.

El ancla, mi ancla, me enseñó la lección de no quedarme quieta durante mucho tiempo en ningún sitio. La quietud te corrompe, destroza tu aspecto y te mata por dentro, es por eso que la cuido, la limpio y le saco mucho brillo. Un secreto nuestro es que por las noches nos contamos cosas al oído: yo le hablo de mis miedos y fobias y ella me confiesa sueños prohibidos. Después me acuna entre sus ganchos y me consigue calmar, entonces yo le prometo que algún día será tan fuerte que no tendrá problemas, si así lo desea, para aferrarse al fondo del mar.


lunes, 30 de abril de 2018

CRECIENDO

De la red

Abrí aquel libro atraída por la curiosidad, porque no era solo un conjunto de hojas con letras, era la historia de una vida, quizá de dos, quizá de tres, quizá de más...

Pesaba mucho y tenía humedad, puede ser que estuviera lleno de lágrimas envasadas, de piedras tropezadas, de lastre putrefacto o de sueños sin realizar.

Al dejarlo sobre la mesa soltó un bufido y di un respingo. Fue inesperado, ruidoso, algo mal dirigido y con una intensidad tan exagerada que mi pelo ondeó cual bandera en lo alto de Sierra Nevada.

Aún así, comencé a leer las primeras páginas de inmediato: nacimientos, infancias, juegos, amoríos. Después desengaños, ladrones, brujas mal maquilladas, necios y duendes traviesos. La historia estaba unida a otras muchas historias gracias a las raíces tentaculares que poseía, porque según leía y pensaba, un árbol crecía.

Llegué a la conclusión de que yo misma estaba alimentando a ese árbol tan extraño, yo más todos los que me querían. Cada uno fue añadiendo más vegetación a la historia de mi libro: unos rosas, otros cardos. En poco tiempo me encontré en medio de un bosque lleno de peligros, pero como había leído tanto y había pensado mucho, fui capaz de construirme una cabaña en lo alto de mi árbol, ese al que vi crecer, ese al que seguramente yo también bufé.

viernes, 6 de abril de 2018

BUEN PROVECHO

De la red
Viajamos a la deriva la mayor parte del tiempo recibiendo golpes de mar que vienen acompañados de sal marina y de mejillones viejos. Nos mareamos y vomitamos cuando, empeñados, damos vueltas y más vueltas alrededor del mismo coral, de la misma piedra o de ese apetitoso mero.

Preparamos la maleta cuidadosamente creyendo que sabemos hacerlo. Pero cuando llegamos a nuestro destino nos falta agua, nos sobra sed y se nos olvidó meter aquella alarma que nos avisa cuando comienza el fuego...

...entonces llego a casa, me quito los zapatos y decido empezar a darle uso a todos y cada uno de los tropezones que me he encontrado por el camino. Por lo que después de avivar el fuego, cuezo en agua salada los mejillones y salo el rico mero. Los corales los aliño con aceite y vinagre de vino y así la ensalada de piedras parece un plato cinco estrellas, pero eso sí, sin Michelin de por medio.

A los golpes los relleno de carne y los meto en el horno a fuego lento, los cocino igual que las berenjenas de mi abuela, más que nada porque comparten el color morado y además tenía la receta en la encimera.

Y por último cojo a la sed y la mareo un poquito. De aquí me sale un postre digno de superar la deliberación del mejor crítico pastelero: "Remolino sin humedad con esencia de romero". 

P.D. El romero lo saqué de aquella gitanilla de Sevilla que me predijo un día un gran viaje y una próspera vida.


miércoles, 14 de marzo de 2018

PERDICIÓN

De la red

Esta es la historia de la perdición, el destino de una palabra aguda acabada en n y con tilde en la o.

Papá Imperdible conoció el amor durante una tarde ventosa, su trabajo le llevó a enganchar aquella tela que se escapaba como seda de su obligada ocupación. Después de acomodarse en su nueva postura miró hacia los lados y allí la vio: resultó ser la imperdible por la que más tarde él perdería la razón.

Sus perfiles estaban rectos, su acabado brillante y cegador, su enganche hacía un ruidito tan diferente que provocaba miradas y cuchicheos cada vez que se unían sus extremos.

Su nombre, Adición. Era conocida en el costurero por atraer alfileres hasta su casa para sumarlas y volver a sumarlas y así calmar su ansia por añadir alimento a su vida interior.

Después de unos meses intensos, Imperdible y Adición tuvieron a Perdición, un imperdible tierno y extremadamente pequeño, que les trajo de cabeza desde el día que nació.
Cuando buscaron su nombre llegaron a un acuerdo tácito: pones cinco letras tuyas y otras cuatro las pongo yo. Creo que no se dieron cuenta de que así llegaba a sus vidas una palabra que acabaría con todo lo que tenían.

Y así sucedió, condenaron eternamente sus vidas a enganchar un par de cortinas de donde no volvieron a bajar. Mientras tanto Perdición jugaba al escondite con las agujas y las bobinas del costurero sin sentir ningún tipo de presión: sabía que nunca se perdería gracias a su padre y en la vida sólo sumaría porque su madre había sido, simplemente, la mejor.

lunes, 26 de febrero de 2018

GANAS

De la red


Fuimos ganas, de esas que no pueden esperar a llegar a casa para abrir el paquete de chocolate, de las que estiran las horas haciéndolas interminables, de aquellas que consiguen cambiar el agobio de un día por la tranquilidad absoluta e infinita.

Porque viajamos juntos serpenteando por aquella inhóspita travesía, si no remábamos unidos los remolinos nos abducían. Miramos a la vez las puestas de sol tardías y descubrimos que nuestras ansias intensificaban el color de las despedidas.


Somos ganas, de estas que te obligan a dormirte en el sofá pasadas las once, de las que te llevan hasta un lugar preciso sólo porque allí venden esos croissants tan exquisitos, de las ganas tan exacerbantes que se tienen dos personas cuando se miran y se gustan sin cometer por ello ningún crimen o delito.

Porque seguimos el viaje aunque yo voy delante y tú te paraste, creo que te distrajo la niebla densa que se formó en el camino, me esfuerzo y de vez en cuando te envío mensajes en código morse para que no te olvides de las ganas que somos, de las que fuimos y de las que nos quedan por ser. Te reto a un juego o ¿a un juego ya te reté...?


miércoles, 14 de febrero de 2018

SERENDIPIA

De la red
Me encontré con la suerte de golpe un día, pero esa mañana diluviaba y tuve que ponerla a secar en la cuerda cerca de la ventana durante la comida.

Resultó que la suerte tenía nombre y apellidos, prefirió guardar el anonimato conmigo porque no se fiaba de alguien que caminaba mirándose los pies, o más bien, los tobillos.

"Me cuesta mirar hacia el cielo porque por ahí arriba vuelan pájaros, hacen nidos y grajean los cuervos", dije yo.

Eso no es excusa, por el suelo reptan los gusanos, saltan las pulgas sin dueño y a primera hora de la mañana la humedad lo cubre todo con una capa fina de falsos sueños.

"Pero gracias a mi postura te encontré, estabas tan escondida que sólo mirando hasta el fondo pude distinguir tus escurridizas patitas. Estoy muy convencida de que has sido una serendipia en mi vida".

Y entonces brotó una lágrima de su afortunado ojo clínico, llevó sus dos brazos hacia la espalda y se apretó a sí misma como lo haría un auténtico ser vivo.

Es curioso, pero al tenerla tan cerca sentí que estaba sobrevalorada, la suerte es pequeña, delgada, frágil, se la hiere fácilmente y huye si se siente presa. Más o menos es el espejo de la persona que la mira, un reflejo, una indirecta, una palabra abajo y otra arriba.

Mi suerte y yo convivimos juntas en perfecta armonía, la cuido, me cuida, le doy abrazos y a cambio ella me obliga a levantar la barbilla cada día.


viernes, 19 de enero de 2018

PIROPOS

De la red
Quiero deciros a todos los que me leéis un bonito piropo antes de que me lleven presa y me dejen en el calabozo.

Piropo es el nombre de mi perro, me pregunto si le ofende, a pesar de que es bello por dentro, por fuera, cuando ladra, cuando corre y hasta cuando parece que me entiende.

Desde hace unos meses sufro síntomas asociados al síndrome de Stendhal. Todo lo que veo y lo que me rodea está pleno de belleza. Esa plenitud tan desmadrada me provoca mareos y visión borrosa, pero cuando me recupero del ataque veo mejor que antes, incluso más que cuando era una moza.

Y curiosamente me llama la atención lo simple y lo sencillo; líneas rectas, nada de nudos, colores lisos, no gotelé, personas contentas consigo mismas, satisfechas de sus vidas a pesar de las tristezas y gracias a las alegrías.

Todos sois bonitos y todas sois bonitas. Por leer, por escribir, por llorar y por reír, por trasnochar o madrugar, por hacerme sentir tan profundamente feliz que donde hay un árbol quemado consigo ver un Dalí.

...quizá la culpa de todo la tenga un simple piropo que salió de tu boca un día. Es posible que nunca lo sepas. Me gustó recibirlo y devolverlo es el único motivo por el que deseo que vuelvas.