De la red |
Esa noche algo me hizo mirar hacia la luna, estaba llena, lucía orgullosa, le hice una pregunta retórica y de repente tembló. En cuestión de segundos empezaron a desprenderse letras de las capas superficiales de su piel.
Viajaban a velocidad de vértigo y, como si yo las atrajera con la fuerza de un imán, fueron cayendo, una a una, a mi alrededor. Algunas derraparon y formaron nubes de polvo que me hicieron toser y cerrar los ojos, de tal forma que al volverlos a abrir me encontré rodeada de cientos de palabras ininteligibles para mí.
La luna había desaparecido, se transformó en poesía desparramada por los rincones de un planeta que verdaderamente, la necesitaba.
Y mi labor fue darle forma, escuchar los gritos que se oían al fondo e ir colocando las letras para otorgar réplicas. Un trabajo con grandes dosis de responsabilidad a mi espalda, ya que quizá mis respuestas llevan mucho de mí y pierden el sentido al llegar a sus mesas.
Por lo que me esforcé mucho para ser objetiva, con paciencia vacié de mi mente toda mi vida, y sólo entonces empezó a fluir lo que buscaba: escribí cientos y cientos de poemas dirigidos a amantes furtivos, a soledades obligadas, a corazones destrozados y a esos poetas que deambulan por las calles empedradas.
Cuando sólo quedaban un montón de letras cualquiera por el suelo desperdigadas, dejaron de llegar preguntas. Alcé la vista al cielo y vi que, de nuevo, una luz nocturna brillaba. Estaba un poco más pequeña que la última vez, un poco menos brillante, un poco más gastada.
Llegué a la conclusión entonces, de que la luna nos aporta calma, nos devuelve la ilusión, pone a nuestro alcance su visión privilegiada y nos ayuda a ordenar nuestro caos cuando no somos capaces de encontrarle una función.
Guardé esas letras, hago combinaciones, les busco sitio, les doy la vuelta, estoy segura de que en cualquier momento encontraré la respuesta que espero, cuando llegue: la leeré, la memorizaré, la aceptaré y hasta que aparezca el próximo dilema, trataré de vivir mucho de día y por la noche, echar sólo un vistazo a la luna, sobre todo cuando esté llena.