lunes, 30 de abril de 2018

CRECIENDO

De la red

Abrí aquel libro atraída por la curiosidad, porque no era solo un conjunto de hojas con letras, era la historia de una vida, quizá de dos, quizá de tres, quizá de más...

Pesaba mucho y tenía humedad, puede ser que estuviera lleno de lágrimas envasadas, de piedras tropezadas, de lastre putrefacto o de sueños sin realizar.

Al dejarlo sobre la mesa soltó un bufido y di un respingo. Fue inesperado, ruidoso, algo mal dirigido y con una intensidad tan exagerada que mi pelo ondeó cual bandera en lo alto de Sierra Nevada.

Aún así, comencé a leer las primeras páginas de inmediato: nacimientos, infancias, juegos, amoríos. Después desengaños, ladrones, brujas mal maquilladas, necios y duendes traviesos. La historia estaba unida a otras muchas historias gracias a las raíces tentaculares que poseía, porque según leía y pensaba, un árbol crecía.

Llegué a la conclusión de que yo misma estaba alimentando a ese árbol tan extraño, yo más todos los que me querían. Cada uno fue añadiendo más vegetación a la historia de mi libro: unos rosas, otros cardos. En poco tiempo me encontré en medio de un bosque lleno de peligros, pero como había leído tanto y había pensado mucho, fui capaz de construirme una cabaña en lo alto de mi árbol, ese al que vi crecer, ese al que seguramente yo también bufé.

viernes, 6 de abril de 2018

BUEN PROVECHO

De la red
Viajamos a la deriva la mayor parte del tiempo recibiendo golpes de mar que vienen acompañados de sal marina y de mejillones viejos. Nos mareamos y vomitamos cuando, empeñados, damos vueltas y más vueltas alrededor del mismo coral, de la misma piedra o de ese apetitoso mero.

Preparamos la maleta cuidadosamente creyendo que sabemos hacerlo. Pero cuando llegamos a nuestro destino nos falta agua, nos sobra sed y se nos olvidó meter aquella alarma que nos avisa cuando comienza el fuego...

...entonces llego a casa, me quito los zapatos y decido empezar a darle uso a todos y cada uno de los tropezones que me he encontrado por el camino. Por lo que después de avivar el fuego, cuezo en agua salada los mejillones y salo el rico mero. Los corales los aliño con aceite y vinagre de vino y así la ensalada de piedras parece un plato cinco estrellas, pero eso sí, sin Michelin de por medio.

A los golpes los relleno de carne y los meto en el horno a fuego lento, los cocino igual que las berenjenas de mi abuela, más que nada porque comparten el color morado y además tenía la receta en la encimera.

Y por último cojo a la sed y la mareo un poquito. De aquí me sale un postre digno de superar la deliberación del mejor crítico pastelero: "Remolino sin humedad con esencia de romero". 

P.D. El romero lo saqué de aquella gitanilla de Sevilla que me predijo un día un gran viaje y una próspera vida.