De la red
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Abrí aquel libro atraída por la curiosidad, porque no era solo un conjunto de hojas con letras, era la historia de una vida, quizá de dos, quizá de tres, quizá de más...
Pesaba mucho y tenía humedad, puede ser que estuviera lleno de lágrimas envasadas, de piedras tropezadas, de lastre putrefacto o de sueños sin realizar.
Al dejarlo sobre la mesa soltó un bufido y di un respingo. Fue inesperado, ruidoso, algo mal dirigido y con una intensidad tan exagerada que mi pelo ondeó cual bandera en lo alto de Sierra Nevada.
Aún así, comencé a leer las primeras páginas de inmediato: nacimientos, infancias, juegos, amoríos. Después desengaños, ladrones, brujas mal maquilladas, necios y duendes traviesos. La historia estaba unida a otras muchas historias gracias a las raíces tentaculares que poseía, porque según leía y pensaba, un árbol crecía.
Llegué a la conclusión de que yo misma estaba alimentando a ese árbol tan extraño, yo más todos los que me querían. Cada uno fue añadiendo más vegetación a la historia de mi libro: unos rosas, otros cardos. En poco tiempo me encontré en medio de un bosque lleno de peligros, pero como había leído tanto y había pensado mucho, fui capaz de construirme una cabaña en lo alto de mi árbol, ese al que vi crecer, ese al que seguramente yo también bufé.