Estaba yo tumbada, navegando entre realidad y sueño, cuando un hada madrina levitando apareció frente a mí.
Vestía raro, una mezcla entre look hippie, pues una rasta asomaba entre su cabello y estilo casual por sus zapatillas planas, que contrastaban con un vestido de princesa con volantes y lacitos deshechos adrede.
Tuve que frotarme los ojos para cerciorarme de que lo que veía era verdad, su vuelo no era estático y por momentos tuve la sensación de estar a la deriva en medio del mar.
Sacó su varita mágica de la mochila que llevaba a la espalda y la sacudió para quitarle el polvo que había acumulado estando allí guardada.
Como si de una conversación de whatsapp se tratara, comenzó a bombardearme con mensajes cortos que captaron de inmediato mi atención:
1. Soy tu hada madrina
2. Te concedo tres deseos
3. Cuando desaparezca no recordarás nada de esto
Y resulta que sólo recuerdo su desaparición, porque fue un hecho de esos que son únicos en la vida, de los que mientras lo estás viviendo no lo crees, con el que sientes una tranquilidad y una seguridad infinita porque estás convencida de que a partir de ese momento todo depende única y exclusivamente de lo que tú hagas o digas.
¿Qué pedí? No lo recuerdo, pero supongo que se cumplirán o es posible que sin saberlo, ya se estén cumpliendo.