Deseo que me refrigeren, que me cubran con una capa de hielo lo suficientemente gruesa para que, toque quien toque, nunca consiga llegar a la piel.
Que dado el caso en el que alguien insista en exceso y consiga rozar mi vello, no obtenga respuesta alguna de rubor o cambio de estado, por estar anestesiada a causa del frío.
Pediría, eso sí, unos milímetros de deshielo para poder ver sólo de frente, un ensamblaje especial en las articulación para poder andar, pero en los oídos llevaría conectada mi música, para no tener que escuchar las críticas sobre mis andares.
Dejaría por donde pasara un rastro con mi ADN incluido, si lo analizaran llegarían hasta mí, me detendrían por escándalo público, por ser diferente o por incitar a la gente a no sentir.
Una vez en el calabozo, conseguiría echarle a los policías, a los abogados y hasta al que trae el tentempié, un trocito de escarcha en sus cafés negros y cargados, que rebajaría en un alto porcentaje la dosis de mal humor, las caras lúgubres llenas de arrugas y malos ratos y hasta mejoraría los triglicéridos y el colesterol.
Las noches de invierno las pasaría al raso, aumentando poco a poco el grosor de mi nueva piel.
Concluirían mis días cuando el deshielo se completara y una simple ráfaga de aire cálido se colara por la ventana.
Me quemaría, por dentro y por fuera, creo no sería capaz de volver a esa ardiente realidad.