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De la red |
¿Qué verá la niña que todas llevamos dentro cuando mira por la rendija que abre camino hacia el interior?
Montones de órganos plácidamente acomodados entre emociones mullidas, sentimientos algodonosos, miedos semiescondidos, planes a medio crear, sueños inacabados, ilusiones por disfrutar.
Un día me atreví a meter la mano, estiré el dedo índice y creí rozar lo que por ahí llaman el alma. Estaba caliente, tembló al darse cuenta de que había sido descubierta, se arrugó como queriéndome decir que ese encuentro no era posible, creo que hasta se ruborizó porque consideraba que no estaba bien vestida para recibir visitas.
Ese día aprendí a mirar a través del tacto, entendí que mis manos tenían un poder que desconocía: despertar almas, enseñarles lo que es la vida, con sus cosas bonitas y con sus tragos amargos, con los días brillantes y las noches oscuras.
Poco a poco se iban desplegando, cada vez ocupaban más espacio y ya podía hacerles cosquillas en la tripa, conseguí incluso verle los ojos a una de ellas, eran pequeños, color coca cola, con una pupila verde botella que tenía la capacidad de compartir la visión de su mundo con otros planetas.
Qué sensibles se mostraban ante mis pequeños titubeos cuando yo preguntaba agachando la mirada si era posible transformarse en alma habiendo sido antes ser humano incompleto.
Eran ellas las que en esos momentos hacían un esfuerzo enorme por bajarse a mi altura, me buscaban el dedo meñique y lo apretaban complacientes con sus pequeñas manos de carne sin huesos, se convertían entonces en mis maestras, insistían en que levantara la cabeza y me mostrara orgullosa para decirme: que todas las almas que habitan dentro del ser humano fueron un día incompletas pero que se nutren de nuestras vivencias. Que depende de nosotros llenarlas a tope o dejarlas a medias, pero eso sí, un alma completa sólo se consigue si la cuidas y eres consciente desde niño de su presencia.
Unos amantes cualquiera. Ese día decidieron traspasar el umbral que marcaron como infranqueable durante las primeras horas de aquel primer encuentro fortuito ya alejado en el tiempo.
Entraron agarrados de la mano, desnudos, como mejor se conocían.
Notó él cómo la piel de ella se erizaba, la cogió por la cintura y su mano se cerró como queriendo dejar claro que pasara lo que pasara, nada los separaría.
Ella podía oír cómo la respiración de él se agitaba, tan hombre, tan buen amante, pero con un miedo de niño ante lo desconocido como nos pasaría a cualquiera.
De repente brotaron las palabras, esas que nunca se habían dicho porque hasta entonces el lenguaje de sus cuerpos era el único que hablaba. Sin poder controlarlo, de sus bocas nacían deseos, anhelos, promesas, pequeñas venganzas, motivos de las lágrimas caídas, razones de sus sonrisas...
El mundo de detrás del umbral era un espacio con demasiada gente. Si querían hablar ya no podían, ahora gritaban. Dejaron de reconocer sus voces, acostumbrados a escucharlas susurrando sólo ciertas palabras que encadenadas en el orden correcto e intercalándose entre jadeos y cómplices miradas, formaban melodías que en la memoria se les habían quedado grabadas.
El gentío los separaba, a ella la miraban deseándola, a él lo apartaban y lo ignoraban.
En un arrebato de romanticismo, él la cogió como para acunarla, la abrazó tanto, tanto, que cubrió todo su cuerpo para que nadie la dañara. Buscó el camino de vuelta, la sintió tan suya durante esos instantes que al tumbarla en la cama para que descansara, primero retiró el pelo de su cara, segundo secó el sudor de su frente y tercero, así sin pensar en las consecuencias, le dio un beso en los labios, profundo, sincero y por primera vez con los ojos cerrados, deseando más que nunca, que ella no desaparezca.
Mi labor de hoy ha consistido en sentarme a observar. Y el resultado no puede haber sido más positivo, captar gestos, movimientos, oír palabras sinceras, otras emocionadas, sentir el sol más cerca, estirarme para agarrarle de la corbata y devolverle, estando ya cara a cara, un guiño cómplice queriéndole decir: "por fin has aparecido, te has hecho de rogar".
Hoy me he demostrado a mí misma que ser feliz es una cuestión muy personal, que si alguien cumple años debes tener un detalle bonito y especial, que si otro está llorando por un desengaño debes ofrecerle tu hombro para que no se sienta solo y que si aprendes a formar un grupo variopinto para crear, una historia propia que parecía simple y pequeña se convierte en algo digno de representar.
Desde la alegría que se respiraba en la calle, al perro perdido y asustado que acogí en mi casa, desde el encuentro fortuito con un amigo, hasta la ayuda que presté a una anciana, hoy todo ha resultado ser perfecto y lo guardaré en la memoria para volver a él cuando las dosis de reservas positivas se vayan agotando con los días.
Por exigencias del guión mañana he de ponerme un disfraz, si pudiera elegir quisiera ser pétalo blanco de margarita silvestre, que orgulloso se estira cada mañana para llevar a cabo la labor de sus días, completar la flor que sin fallos o defectos adorna una parte del campo muy cuidada, siendo consciente de que soy pequeño e insignificante así grosso modo, pero que sin mí, la totalidad sería imperfecta.