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La lluvia consigue entristecer hasta al más optimista, encierro obligatorio que te lleva a pensar más de la cuenta.
Y es entonces cuando los fantasmas vuelven, vestiditos de blanco y con la bola a rastras..
Imagino cómo serían los míos si cada uno pudiéramos diseñar a nuestro antojo a esos seres inanimados: levitarían de lado girando como bailarinas, tendrían trencitas hasta las rodillas, sábana de felpa de colores chillones y gafas oscuras tapando su mirada.
Los vería venir de lejos y tendría tiempo para cerrar puertas y ventanas, les habría preparado una barbacoa en la terraza, para que se sentaran ahí y no osaran llamar a mi casa. Una vez saciados de carnes grasas, no podrían volar ni tentar a la gente, serían despedidos de la empresa por no cumplir los requisitos establecidos y entonces vagarían por las calles entre la gente, inofensivos, sin recursos, arrastrando la bola oxidada por la lluvia que inunda nuestras ciudades éstos días.
Sigo paseando por el mundo, por momentos las piernas se cansan, pero esa fuerza que nace de dentro y que consigue que continúe el camino, nunca se equivoca: me lleva hasta el punto exacto de la tan cotizada y escasa sensación llamada felicidad.
Puede ser un segundo, pueden ser dos minutos, quizá la provoque un olor, los colores que ven mis ojos, las formas tan reales, la belleza tal cual, sin aditivos.
Me paro y pienso, ¡somos tan jodidamente afortunados y no lo sabemos!!
Si tropiezo con una piedra, es porque voy andando, si vuelvo a tropezar, es porque la primera caída no me dio miedo, y así, con heridas y rasguños, continuo, siendo capaz de mirar a los ojos y levantar la cabeza, altiva me muestro al mundo y grito: esta soy yo, con maravillosas vivencias a la espalda, con dolor en los músculos y articulaciones, sí, pero en continuo movimiento que me hace ir creciendo.
Me siento, cruzo las piernas y estiro la espalda, limitarte a observar resulta tan placentero en algunas ocasiones.
Cerciorarte de que el "trabajo" está bien hecho, que por tu parte sólo queda aprovechar lo aprendido, seguir llevándolo a cabo y transmitirlo en voz bajita y con sigilo a quien esté dispuesto a escuchar.
Y llego a la conclusión de que cuando sea mayor quiero ser Palabra, esa que alivia cuando la pena ahoga, esa que salva en el último segundo, esa que sentencia sin vivir en el juzgado, esa a la que te agarras antes del último suspiro, la que enamora, la que alegra, la que enseña, la que reactiva.
Palabra llena de letras, letras escritas con calma y con cordura, garabatos con sentido sobre una hoja blanca, impresa en color rojo intenso, tamaño La más grande, en negrita y en cursiva.
Y así, sin cuerpo ni ropa, deslizarme hasta tus noches y casi sin darte cuenta, ir metiéndome por dentro como un bacilo griposo, pero con magníficas consecuencias a largo plazo, buscarme un hueco junto al hueso y vivir en armonía juntos, tan juntos como lo permita el inmenso universo.