De la red |
Hice las maletas como el que se prepara para volver a nacer. Tuve que meter ropa usada, libros leídos, brillo de labios un poco apagado, todo lo necesario para comenzar de cero, pero sin olvidarme de ti.
Y es que eres especial: un puntito rojo en el cielo azul, una chispa ardiente más bien helada, una carcajada en medio del lloro infantil, una especie de querer-te-quiero sin podérnoslo decir.
Durante mi larga estancia fuera aprendí a vivir, cubrí mi cuerpo de tatuajes durante los veranos y los inviernos los pasé estudiando otras formas de sentir, desde los que pinchan el alma al recordarlos, a los que te cambian la manera de discernir.
La maleta cambió de color, el tamaño disminuyó, cada vez que viajaba traía paquetes con minutos cargados de tiempo y me deshacía de traumas polvorientamente viejos. El tiempo lo empleé en mí y por tanto envejecí por dentro, pero por fuera me mantuve joven, lo que despista a cualquiera que quiere ponerme un nombre.
Los libros leídos los volví a releer, saqué conclusiones nuevas y después los regalé. Creo que se sienten licenciosos desde que los dejé andar, al fin y al cabo las historias están hechas para hacernos soñar con la ansiada libertad.
Ahora mi brillo labial no deja de centellear, emite llamativos mensajes en morse que deberán ser traducidos por todos aquellos atrevidos que dediquen sus días a descifrar a lo que mi maleta repleta de sitio se ha comenzado a dedicar.