De la red |
Desde entonces camino de puntillas, temiendo que mis talones no puedan esquivar los miles de cristales que habitan bajo mis pies. La gente me dice que el suelo está liso y limpio, pero mis ojos son capaces de percibir los microbios más microscópicos y hasta las minúsculas rugosidades que se forman en la piel.
Vivir descalza supone mostrar al mundo tus durezas y rozaduras sin tapujos, esas taras incómodas que se forman a causa de la fricción continuada en el tiempo entre un cuerpo vivo y otro muerto.
Pasear sin zapatos debería estar catalogado como deporte de riesgo, si no pisas una piedra te resbalas con una caca de perro. Caca que el dueño no recogió, piedra que un día fue hormigón.
Colgué las zapatillas, anduve de puntillas, mostré mis cicatrices, pisé excrementos y orines... Me rendí ante la evidencia, decidí caminar por senderos complicados, me volví transparente, recibí elogios y ataques.
Nunca se transita por la vida a gusto de todo el mundo, pero si lo haces estando descalza dejará de importarte, porque comprenderás que ese mundo no se parece en nada al tuyo.