De la red |
Pueden llegar a sonar como una bella melodía que fue compuesta en exclusividad aquella tarde lluviosa mientras observabas, sin perder detalle, las curvas que dibujaba mi cuerpo cuando dormía junto a ti.
Pueden pasar de largo, comenzar a existir sin un ápice de energía y terminar perdiéndose en el poblado cementerio de las "palabras sin decir".
Pueden nacer para rellenar vacíos, en cenas familiares, ratos de sofá, encuentros fortuitos, cientos y cientos de palabras encadenadas, sin paréntesis, comas, con muchas interrogaciones y pocas haches intercaladas.
Luego están las que llegan a este mundo para herir. Unidas al tono correspondiente, se las adorna con mentiras y se les administra red bull para que además de piernas desarrollen alas. Esas son las que más rápido se propagan, las que hacen más daño, las que cambian tu forma de ver a las personas. No obstante, queda el consuelo de que son fáciles de descubrir, solo están construidas de cartón y silicona.
La mayor parte de las mías llegan a este mundo dibujadas en papel, palabras en una dimensión y con una única dirección que seguir. Para algunos serán pocas, para otros demasiadas, pero de lo que sí estoy segura es de que siempre son sinceras y sobre todo cautas.
Mientras la tormenta dure lo aconsejable es aplicarse a uno mismo el famoso dicho: "Guarda silencio cuando no tengas nada que decir".
He dicho.