De la red |
Lo primero que le atrajo fue el suelo lleno de pinchos, al llegar a casa masajeaban gratuitamente sus pies doloridos.
Lo segundo fue la zona donde estaba situado, tierras húmedas, nitratos y nitritos, la idea de poder darse un baño en primavera y la abundancia de polen de avellanos, hizo que se sintiera mejor de lo que se sienten las princesas en su palacios.
Mariquita Díaz era muy apañada, construyó ella sola las paredes y el tejado, alzó los muros, montó el cableado, alicató el baño y pintó sus propios cuadros.
Con la llegada del buen tiempo se planteó ser madre soltera. Dicho y hecho, se inseminó en una clínica, puso ciento cinco huevos y se mantuvo a la espera.
La duda más grande le vino después: todas serían Mariquitas Díaz y quizá no podría distinguirlas. Así que se puso manos a la obra y según iban naciendo les pintaba motas finas o gordas.
Con el otoño llegó su vejez, y desde su cardo borriquero pudo observar que educó a sus hijas para que vivieran dentro de la sencillez. Respiró profundo, sonrió por dentro, cerró los ojos y finalmente se dijo: "Creo que después de todo lo he hecho bastante bien".