Mi alma está enferma por inanición, siempre pensó que podría sobrevivir viajando sola y se equivocó.
Subió hasta las cumbres más borrascosas y bajó en picado a los pozos más profundos sin ninguna compasión. Dice que por el camino le dio tiempo a leer a los clásicos y que eso le abrió las dudas a su ya debilitado corazón.
Renunció a la compañía, a la ayuda, al consuelo, creyó que su sombra alargada la guiaría y la cubriría de verde esperanza. Sin embargo ella, la sombra del alma, era voluble: cambiaba de tamaño, de forma, de dirección, de repente se enrollaba...
…y mi alma se perdió.
Vagó a duras penas entre pensamientos errantes y sueños desahuciados por ser inconquistables. Los primeros apestaban a alcohol, los segundos deprimían a sus semejantes, los cuales se convertían en anhelos holgazanes.
La rescaté in extremis un día al pegar un grito. Salió disparada de mi boca y la agarré por un bracito. Estaba tan débil y tan delgada que tuve que meterla en agua caliente para ver si se espabilaba.
Desde entonces la cuido y le doy alimento, hablamos de vez en cuando e intercambiamos argumentos. Ella me explica sus miedos y yo le disfrazo la verdad de las cosas corriendo un tupido velo.