Está claro que son fechas para reflexionar, las imágenes que te bombardean en la televisión desde hace unas semanas están dirigidas a ablandar los corazones y a hacer extender la mano hacia la cartera. Poner un granito de arena en ese gran océano compuesto, principalmente, de lágrimas.
Este año no puedo, reconozco que cada cucharada de más que intento meter en mi boca me sabe ácida, a una mezcla de dolor y cargo de conciencia.
Tenemos primer plato, segundo, tercero, cuarto, postre, re-postre, exagerado... miras a la gente de alrededor y sólo veo grandes barrigas a punto de estallar que quieren más y más.
A veces me veo como si estuviera suspendida en el aire, y desde ahí arriba observo a la gente: vislumbro un hueco tan enorme en la mayoría de las personas que por momentos parezco de otro planeta o que he vivido a años luz de los demás.
Seguramente también tenga mucho por rellenar, pero tratar sobre temas tan triviales como la pobreza, la homosexualidad o el trato a los animales te da una idea clara de cómo es la persona que tienes enfrente y manda narices que siempre me encuentre sola cuando intento dar mi humilde opinión sobre éstos y otros temas.
Es tan común vivir con una venda en los ojos que incluso da miedo quitarla, descubrir la realidad y ver que no es lo que imaginabas provoca dolor, eso sí, un dolor tratado desde la comodidad y las atenciones que tenemos a nuestro alcance.
¿Qué decir de los que viven en esa realidad día tras día, hora tras hora? ¿Cómo apaciguan ellos su dolor? ¿Con qué distraer su atención para no sufrir, para no pensar?
Sus sueños estarán llenos de imágenes en los que se reunen en familia, al calor de la hoguera, que comen y comen hasta hartarse, que cantan, bailan y reciben regalos de cosas que no anhelan.
Sus sueños son nuestra realidad. Nuestra realidad habla por sí sola.
Para ti, para ellos.