Picar o no picar, esa es la cuestión...
Como abeja obrera que soy, metida de lleno en el sindicato, estaba acostumbrada a no pensar más allá de si la calidad del polen libado era directamente proporcional a los metros volados diarios.
Pero un día tormentoso casualmente me metí en un teatro, y después de asustar al personal con mi zumbido amenazante, me posé en el telón y poco a poco fui captando el mensaje: Hamlet se estaba pronunciando.
Desde entonces mi vida en la colmena se fue desbaratando, comencé a interesarme por la reina y terminé peleándome con los zánganos. Una inquietud muy profunda le quitaba espacio al polen recolectado y después de varias semanas sintiéndome intranquila, cogí las maletas y me fui volando.
Primero me contrató una compañía circense, allí solo tenía que hacerle cosquillas a los osos pardos y a los leones. Cuando el domador lo decía les pisaba con mis patitas y acto seguido saltaban como verdaderos saltamontes.
Rescindí mi contrato cuando empezaron a hablar de aguijones, ese bien mío tan preciado y valioso. Salí de allí aprovechando el siroco, apretando mi culito y limpiando mi anteojo.
Después fui actor de doblaje y en poco tiempo gané una mención en algún reportaje. Valoraban mucho mis onomatopeyas y decían que era muy bueno reproduciendo sonidos impropios del ser humano. Pero fui despedido un día en el que mi aguijón asomó un poquito la puntita e hirió al director en la mano.
Decidí entonces hacerme ermitaño. La tentación era grande, el deseo infinito...con gorguera en el cuello y calavera en la mano, comencé a narrar soliloquios con el único objetivo de reflexionar y así calmar mis posibles futuros delitos.