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Como si de una novela famosísima se tratara, de esas de amor, de mucho amor, de tanto y tan fuerte que se podría llegar a morir por su causa...
¡Ay!, todos y todas quisiéramos ser protagonistas, o al menos realizar un "cameo" en algún capítulo y sentir en persona lo que parece ser exclusivo de los demás.
Hombres que son capaces de llenarte los oídos con sonidos que forman palabras, palabras que forman frases, frases que forman nubes en tu cerebro y que distorsionan de forma natural la realidad, hasta el punto de ver lo que quieres ver y de hacer lo que nunca antes pensaste hacer.
El Don de la palabra, por otra parte bastante escaso hoy en día, tiende a ejercer una fuerza entre dos cuerpos que ya Newton bautizó con el nombre de Gravedad.
Y si te descuidas y crees a pies juntillas todo lo que te dicen, puedes experimentar esa sensación y terminar padeciendo un grave trastorno de Gravedad.
Lo curioso es que los pocos que poseen la habilidad de embaucarte nunca suelen hacer caso de sus propias palabras, y son capaces de decirte, escribirte e incluso pregonar a diestro y siniestro el profundo amor que te profesan de una forma tan original, que te ves viviendo como Romeo y Julieta el resto de tus días, pero con un final menos trágico.
Pues así como lo dicen lo deshacen, no digo yo que no lo crean cuando lo publican, pero ellos mismos caen en su propia trampa y ven que se les hace imposible cumplir sus predicciones.
Y como no vivimos en el siglo XIV, ni nuestra vida depende del hombre al que nos unamos, tan sólo pedimos un poco de romanticismo, sí, pero con los pies en la tierra, que digo yo que debe de haber alguna forma de llamar por otro nombre a la lacra de las relaciones de hoy en día, que suene mejor, que nos regale los oídos, pero que se diga la verdad.