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Si tuviera poder supremo, pondría a cada cual en su sitio, calambrazo suave al terco, rayo fulminante al traidor.
Como no poseo esos recursos me conformo con distribuir palabras, repartidas en dosis elevadas al cuadrado, a diestro y siniestro, con descontrol, pero acertadas, sin organización, pero colocadas.
Con las palabras y con mucha precisión voy formando una pirámide, la invierto y en la puntita pongo tu nombre, quiero que sientas el peso de lo que se dice, la inestabilidad que causa tener un solo pie de apoyo y no digo nada si vuelcas y todo se te viene encima.
Esto no ha hecho más que empezar, ¿cómo acabará? Intriga y misterio, como en el best seller más vendido del año.
...y caí, de cabeza y boca abajo. Con un golpe a traición cuando me daba la vuelta.
El dolor es tan fuerte que no puedo respirar correctamente, quisiera envolverme en mi misma, no dejarme ver, no ocupar espacio.
Cerrar los ojos y no volver a abrirlos, lo que ven no me agrada en absoluto. La realidad no me gusta, no me llena, no es mi sitio.
Apartada, en mi pequeño mundo interior, ahí encuentro consuelo en cuanto lo busco, ahí están las respuestas, ahí soy yo.
Como dos enemigos en la cuerda floja, intentando demostrar quién es más fuerte. El ruido del metal entrechocando constantemente, esto parece una coreografía muy bien preparada: dos pasos adelante tú, tres atrás yo.
Por momentos las fuerzas aflojan, una rodilla se dobla y vislumbro el final de la historia, tirada en el suelo de cualquier manera, la punta de la espada será mi última visión.
Cierro los ojos y me aferro a la esperanza, recupero estabilidad y mi brazo comienza de nuevo a trazar dibujos en el aire, como si siguiera una línea de puntos predeterminada, pongo cuidado y no me salgo de ellos.
Y poco a poco, no sin dolor, cansancio y ganas de salir corriendo, voy reduciendo el espacio de mi contrincante y espero salir victoriosa de la pelea, llorar de alegría y reír de los nervios, brindar con champin, comernos a besos, invitar a todos a celebrar el evento y después, sólo después, empezar a afilar la espada de nuevo.
De repente se abre un agujerito en el cielo y brota luz, dirigida hacia mi persona, hacia mi entorno, hacia mi salón comedor.
Sin saber cómo, se cuela dentro de mi cuerpo, de mi mente, ahora enfoco la vista y lo veo todo de color rosa, rosa chicle, rosa palo, me da la impresión de que todo a mi alrededor es un gran algodón de azúcar y que, en cuanto me apetezca, puedo hincarle el diente y disfrutar.
Intento andar y no puedo posar los pies en el suelo, levito suavemente sobre el cielo de nubes que forma ahora mi pequeña parcela de vida.
Imagino que bailo, que ejecuto los pasos más perfectos que se puedan ejecutar, me agarro a unas manos desconocidas que me llevan hasta el objetivo y una vez allí, me impulsan para que entre sola y me enfrente al miedo con una sonrisa y con el cambio de actitud necesario para afrontar lo que está por llegar.
Cien por cien felicidad, no tiene otro nombre.