De la red |
Llevo meses tejiendo en soledad un montón de retales que voy encontrando cada día según hago mi camino matutino.
Sin querer quedó con forma de corazón, creo que el inconsciente me jugó una mala pasada y mandó órdenes precisas y exactas sin que yo supiera su finalidad.
Lo acabé y lo cargué en mis hombros como si de una mochila enorme se tratara. Lo curioso es que debe tener GPS incluido, porque él mismo me iba guiando, me llevó hasta personas que necesitaban recambios.
La primera mujer que me encontré estaba sentada en un banco, no se sorprendió al verme, susurró que me estaba esperando. Su corazón llevaba años dándole punzadas, calambres y espasmos, me contó entre líneas que un gran amor así la había dejado, que él se llevó un trocito de aurícula izquierda sin su permiso y nunca más volvió a funcionar a buen ritmo.
Descosí el retal adecuado y se lo dejé con aguja e hilo, planchadito y bien doblado. Seguí mi camino.
Empezaron a venir nubes desde el oeste y comenzaron a gritarme, yo no entendía su dialecto pero prestando atención empecé a comprender que querían su parte proporcional de corazón partido.
Entre vientos huracanados me contaron que están hartas de no tener formas definidas, que la gente cree ver caras, animales o hadas madrinas, pero que son casualidades, siluetas que duran unos segundos y pasan a ser borrones sin sentido. Querían ser corazones, latir con fuerza y ser retratadas en los cuadros de los mejores pintores. Llegué a un acuerdo con ellas.
Al retomar el camino pensé que sería una buena idea verter lo que me quedaba por los ríos, así todos los seres, inertes y vivos, tendrían su trocito de corazón sin tener que pedirlo.
Y ahora cada vez que bebo agua noto en el lado izquierdo de mi pecho cómo se produce un pequeño salto y unos cuantos brincos. Se ve que yo también lo necesitaba, percibo que todos estamos lesionados o incompletos, es cuestión primaria buscar la cura o el trozo, el retal o el medicamento.