Vuelvo a este mundo después de una noche de sueños y lo primero que descubro al abrir los ojos es que las legañas no me dejan ver.
Asombrada, analizo: duermo en un colchón medicalizado anunciado en televisión por los profesionales más destacados del país, la almohada es de plumas de oca criada en granjas ecológicas donde el pienso que comen es germinado por hidroponía, donde escuchan al día tres horas de música clásica y donde reciben masajes a cuatro manos que garantizan plumas gruesas, brillantes y tersas cuyo objetivo será acomodar la pesada cabeza humana, con todo lo que lleva dentro, durante las noches.
Ayer comí la relación perfecta entre hidratos de carbono, fibra y proteínas, nada de grasas, de azúcares o de bebidas excitantes.
Controlé el estrés dentro de la medida de lo posible a base de gritar al de al lado y llevo a rajatabla las recomendaciones de mi médico en cuanto a atiborrarme a pastillas si noto cualquier síntoma fuera de lo normal: sudoración, taquicardia, visión borrosa, inhibición del deseo sexual...
Descargué al móvil las aplicaciones más novedosas para contactar con gente de todo el mundo sin tener que tomarme la molestia de salir de casa, conquistar, invitar.
Cada noche limpio mi cara con productos que aseguran nutrir, hidratar, estirar y hacer brillar mi piel, me echo dos gotitas de colonia Nº 5 en el cuello y me pongo mi pijama de satén.
Si hago todo lo que se supone que está bien ¿cómo osa aparecer esa sustancia pegajosa que no me deja ver?
domingo, 10 de noviembre de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)