Como el ladrón de guante blanco, así eras, robabas sin ser descubierto, tocabas sin rozar, te apoderabas de las joyas más valiosas por placer, puro placer.
Atrás quedó la necesidad, durante años tu táctica funcionó, pero un día llegó ella y entonces todo cambió: temblaban tus dedos al acercarse, la seda del guante se empapaba de sudor, te llamaba más la atención su piel que los diamantes.
Y como hipnotizado por un profesional, la seguías sin ser visto, la observabas sin descanso, soñabas con un único y largo encuentro, robabas horas a tus días, sumabas minutos a la agonía.
Poco a poco te fuiste consumiendo, la espera amargaba tu existencia, el guante se quedó colgado en una percha, sin consuelo pelusas recogía.
Y miraras donde miraras la inventabas y la veías: sus piernas largas candelabros parecían, sus curvas perfectas se asemejaban a la botella vacía, su larga melena a la brisa suave marina.
Fue al final cuando comprendiste que te habían estafado, que el ladrón fue la víctima y el robado, sin guante, se llevó lo más buscado.
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3 comentarios:
los de guante blanco son los que siempre dejan huella
oscar
Eso de que te roben el corazón y más cuando eres ladrón... Es una cruel condena. Precioso cuento María. Muaaaks
Oscar: huellas con brillo.
Ingrid: Nunca se sabe lo que te espera.
Besossss
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