Mirada al frente y vislumbro el color azul, tomo un camino hecho para llegar hasta allí, sin cruces, sin paradas, trayecto que a simple vista no te lleva a ninguna parte.
Me siento en el acantilado, cruzo las piernas, cierro los ojos y escucho, simplemente escucho.
El aire me roza, el olor a mar me llena, el sonido de las olas... ese crujir al romperse, suena como un grito de emoción por haber alcanzado, por fin, la meta.
Me pregunto desde cuándo el agua forma al mar y la tierra a La Tierra. Encaja todo como un puzzle tridimensional bien insertado, donde cada pieza tiene un cometido, las hay líquidas, sólidas e incluso, gaseosas.
Como si de un loft se tratara después vino la decoración, animales por aquí, plantas por allá, humanos que peleamos, amamos, discutimos, reímos, lloramos, ayudamos, pisamos, hablamos, debatimos, matamos, y resulta que aquí sentada frente a la inmensidad se revela la respuesta a mis preguntas, y no puedo hacer otra cosa que reconocer la simpleza de la existencia humana.
A pesar de todo resulta que quizá haya merecido la pena formar parte de todo esto tan sólo por vivir esta experiencia.
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6 comentarios:
privilegiados hasta en nuestra propia destrucción
pero ojo...a veces somos divinos
De eso no me cabe duda! Eso sí, unos más que otros!
Besazo
siempre merece la pena y más con estas vistas,... me molan los acantilados.
Coincidimos, y lo dicho, desde allí se ve más allá.
:)
En la sencillez de las cosas suele estar la mejor respuesta.
Cuando intentamos complicar la realidad solemos equivocarnos.
A veces lo sencillo está a tocar de mano, pero nos empecinamos en destrozar con desmesurada facilidad lo bonito y básico de nuestra existencia.
Que placer volver a visitaros.
Gracias por estar a pesar de mi ausencia.
Besitos mediterráneos.
Y que no aprendemos la lección, será cuestión de ir repitiendo y repitiendo...
Bienvenida de nuevo!!! :)
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